Como lo he repetido en estas líneas en muchas ocasiones, existe una tremenda diferencia entre el orar y el pedir y a pesar de eso, muchas personas insisten en pedir y llamarlo oración y viven por así decirlo frustradas, pues no entienden cómo hacer para que Dios responda sus peticiones.

La diferencia entre el orar y el pedir radica básicamente en la autoridad empleada al hacerlo, quien pide lo hace con cierta incógnita e incertidumbre, quien ora, lo hace con autoridad y sabiend que el universo visible y el invisible están atentos a sus palabras, pues no son propias sino el eco de lo que Dios nos ha revelado en intimidad.

Muchas personas pasan de pedir a declarar y decretar, para ello cambian la entonación de lo que dicen, pero en realidad no hay un cambio en su corazón ni en su ánimo, pues falta una cosa importante en esa erróneamente llamada “oración”que es el respaldo de Dios.

También el orar tiene mucho que ver con el hecho de que lo empleamos para cosas pequeñas, vanas e intrascendentes, siendo que Dios espera que transformemos nuestros entornos para su gloria con nuestra oración, es decir y en un tono un poco menos religioso, Dios espera que nuestra oración tenga un efecto tangible y que las personas a nuestro alrededor reconozcan que lo que salió por nuestras bocas, va más allá de nuestros alcances, pero que se distingue por la certeza de su cumplimiento y la confianza en Dios de que será y tendrá un efecto eterno.

De modo que el orar, aunque es completamente a nuestro favor, tiene más que ver con lo que Dios planea hacer con nosotros y por medio de nosotros que con lo que necesitemos, queramos ó simplemente fuéramos a pedir, la oración requiere de intimidad, silencio y mucha atención de nuestra parte.

Es decir, Dios requiere que cuando vayamos a verle, el verle tenga más peso que lo que vayamos a pedirle y que su presencia sea de gran relevancia, para que su voz pueda llenar nuestro corazón y pueda aún dominar nuestra mente, que podamos no solo escuchar, sino discernir cada palabra, para que no solo escuchemos y entendamos, sino adoptemos la visión de lo que Dios nos hable, si permitimos que Dios nos preñe con su visión, todo tendrá sentido y podremos incluso ver el sentido de nuestro pasado y ver claramente la intervención de la mano de Dios en cada episodio de nuestras vidas.

Después de eso qué sigue?, sencillo hablar cada cosa que escuchamos y esperar que aún las montañas se muevan, con la certeza no solo de que las cosas pasarán, sino de que no son de nuestra autoría las palabras que hablamos, sino de aquel que tiene un propósito mayor y que espera que seamos representantes intachables del Reino de los Cielos y que nuestro éxito extremo hable de su gloria.

Para ello hay un par de puntos que debemos de tomar en cuenta, por ejemplo, la calidad del instrumento, la Biblia nos dice que de la misma fuente no puede salir agua dulce y agua salada, por tal nuestra boca y nuestro corazón no pueden estar contaminados al momento de orar, pues la pureza de la voluntad de Dios no convive con la inmundicia que en ocasiones sale de nuestras bocas y por ende de nuestros corazónes, es por eso que nos es necesario el callar y el poner atención cuando oremos, pues debemos de entender la personalidad de Dios, el entender que nuestro papel es que tengamos la misma esencia al momento de hablar y que solamente Dios nos puede poner en esa condición por medio de la sangre de Yeshúa (Jesús) y no puede ser hecho ni logrado por méritos propios.

De modo que orar tiene que ver con el hecho de tener clara la voluntad de Dios y eso sucederá cuando nos atrevamos a escucharle y a hablar solo lo que de Dios escuchemos, y que cuando lo hagamos, lo hagamos con la certeza del respaldo de Dios, así como lo hacía Samuel en la cita de hoy y que no esperaba saber “si Dios quería”, sino que entendía que su boca había pasado a ser el instrumento más poderoso sobre la tierra.

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