En los pasados días un buen amigo me recordó algo importantísimo para la fe de cualquier persona, el entender el significado de cada palabra, sólo así podremos estar seguros de cada cosa que leemos y escuchamos y solo así sabremos exactamente como aplicarlo en nuestra vida cotidiana.
Existen muchas palabras que parecen haber perdido su significado con el paso del tiempo, palabras que se parecen pero que no significaban lo mismo y palabras que confundimos porque no sabemos exactamente que significan.
Dos de esas palabras de las cuales a veces ignoramos su significado o lo confundimos, son miedo y temor y aunque ya he escrito previamente acerca del tema, quiero recordarle la diferencia entre ambas, para que pueda hacer algo significativo con esas definiciones y darle una aplicación práctica en su vida de fe.
Miedo generalmente es a algo que no conocemos, sentimos miedo en la oscuridad o en una situación fuera de nuestro control, por su parte temor es a lo conocido, que quiere decir esto, tememos cuando sabemos lo que va a pasar.
Sé que estamos acostumbrados a entender al miedo y al temor si no como lo mismo, como algo muy parecido, pero si lo nota, son cosas completamente opuestas, esto que le cuento, lo puede ver reflejado en la Biblia, piénselo de esta manera, en proverbios 1:7 dice que el principio de la sabiduría es el temor a Dios, imagine esto, el miedo normalmente nos hace huir y nadie que tenga miedo de un Dios al que no conoce y del cual huye puede ser sabio, pero por su parte alguien que tiene conocimiento de Dios y sabe como es que va a reaccionar y como piensa, a pesar de sentirse intimidado se acerca para comprobar la verdad que conoce acerca de su Dios.
Por tanto, el temor produce intimidad, porque pasamos de la teoría a la práctica, es decir, dejamos de solo creer en Dios y empezamos a comprobar aquello que sabemos de Él, ya que el conocimiento que tenemos, nos hace acercarnos.
La cita de hoy nos habla de este tema, nos dice que es el conocimiento de Dios y el temor de lo que sabemos que sucederá, lo que provoca que tengamos intimidad, esto se refleja en nuestra vida cotidiana, cuando hay intimidad entre dos que se conocen y saben lo que va a pasar, el flujo acelerado de la adrenalina es consecuencia de lo que sabemos que va a pasar y es la antesala de un acto glorioso, tal como sucede con Dios.
Es por eso que en muchas ocasiones nos frustramos al no recibir respuestas de Dios, ya que supuestamente entramos en presencia de un Dios al que no conocemos, al que no tememos y del cual no sabemos como reaccionará, por ende con el cual no tuvimos intimidad.
La intimidad provoca frutos, es decir, de cada momento real en presencia de Dios tiene que reflejarse en nuestra vida, es inevitable, así sucede siempre y no a veces.
Si por alguna razón no lo ha experimentado, no se preocupe, por el contrario, es tiempo de alegrarse, porque ahora lo sabe, ahora le debe de quedar claro como es que lo puede hacer y que esperar de cada momento de intimidad.
Este es el tiempo de poner los ojos en Dios y no en lo que puede hacer por nosotros, este es el tiempo de verlo a Él y reflejarlo en lo que hacemos, de modo que nuestra intimidad sea algo constante con Él y sus frutos y sus señales nos persigan tal como la Biblia nos enseña.