Hace semanas estoy por así decirlo atorado con la idea acerca de la razón de ser de la palabra de Dios, que no está ahí para convencer a nadie, sino para crear cosas en nosotros, cosas que nos transforman y cosas que nos hacen diferentes y que siempre nos regresan a la intimidad con Dios.
Cuando Dios se encontró con Abram y le anunció que no solo le daría un hijo, sino que haría un pueblo por medio de él, Dios sopló una nueva identidad y una nueva capacidad en Abram, de manera que le cambió el nombre, para denotar externamente lo que había hecho internamente, el detalle es que al nuevo Abraham le tomó unos 10 años creer en el potencial que le había sido impuesto y pretendió tener al hijo con su vieja naturaleza y su viejo nombre.
Cuando Dios se encontró con Moisés, habló sobre él la capacidad de ir y sacar al pueblo de Egipto, y desde que lo habló sobre él, algo dentro de él se transformó a causa de las palabras habladas por Dios sobre él, sólo que Moisés tuvo mas confianza en su vieja naturaleza que en lo que Dios ya había hecho y aseguró que no podía hablar de frente al Faraón y pidió un interprete.
Así como sucedió a estos 2 hombres, nos sucede a diario, no entendemos que el enfrentarnos a la palabra nos transforma y no como muchas personas creen, no nos hace “buenos”, sino nos hace capaces de esas cosas que Dios habla y necesita hacer por medio de nosotros.
Hay quienes creen que la palabra es un cuento bonito, pero sabe, así como Dios dio la capacidad a Abraham de tener hijos y formar un pueblo, así lo puede hacer en nosotros hoy en día, solo que tenemos que entender que las cosas a partir de que las hace, son a su modo y no al nuestro.
No termino de entender porqué, pero hemos aprendido a vivir por señales, es decir, queremos que cosas sucedan antes de que empecemos a actuar, en otras palabras pretendemos animar nuestra fe a que empiece a funcionar, para luego verdaderamente tener fe, y no nos damos cuenta que por medio de eso invalidamos al 100% la palabra de Dios, quien ya hizo algo en nosotros.
A Elías no le sucedió diferente, Elías fue un hombre en extremo amado por Dios y muy usado, pero en muchas ocasiones sujeto a su carne, alguien que por momentos olvidó como son las cosas con Dios y sujeto a la gracia.
La cita de hoy tiene lugar tras haber presenciado la gloria de Dios de una manera sin igual, Dios había hecho descender fuego del cielo y con ello dio la pauta para acabar con todos los sacerdotes de Baal, y tras ello Jezabel dio la orden de matar a Elías por ello, el cual salió huyendo.
Tras tales muestras de poder, probablemente Elías estaba esperando que Dios viniera a él de una manera similar y demostrar que Él era el Dios sobre Elías, pero sabe, eso solo daría gloria a Elías y no a Dios, ya que Dios ya se había mostrado poderoso, y Dios ya había hablado victoria a Elías, por tanto ya no tenía porque mostrarse de esa manera, ahora, era el tiempo de que ambos pasaran tiempo en intimidad y platicaran sobre aquel miedo y sobre el porqué estaba escondido a pesar de la victoria declarada sobre él.
Es interesante pensar que tendemos a hacer las cosas a nuestro modo y nos agarramos de lo último que vivimos y queremos replicar nuestra relación con Dios como si fuera una receta, ya que creemos mas en lo que vemos, en lo que sentimos y en lo que sabemos que en lo que Dios habla a nosotros.
Así como a Abraham y como a Moisés, Dios había hablado bendición sobre Elías, y Dios necesitaba recordarle esto a Elías, por tanto le demostró que Él tenía la capacidad para ver y entender a Dios en medio de todo tipo de circunstancias, no en los despliegues de poder de la tormenta y el viento, sino en la calma de un silbo apacible, en donde ese silbo hace la diferencia pues es la nueva capacidad que Dios puso en nosotros.
A diario me encuentro con cientos de personas que están esforzándose en escuchar la voz de Dios o de simplemente sentirlo y se esfuerzan por hacerlo, como si fuera un mérito propio, y sin tomar en cuenta que es exactamente al revés, es cuando se enfrentan con el poder de la palabra de Dios, que es la que crea y provoca en nosotros las capacidades que Dios necesita que tengamos para que aún en lo pequeño y en lo simple entendamos al gran Dios que tenemos y vivamos sujetos y dependientes a su voluntad dinámica.