En esta vida todo tiene un precio y lo mas interesante es que alguien lo tiene que pagar, esto lo vamos aprendiendo poco a poco, ya que cuando nacemos y somos pequeños, normalmente son nuestros padres quienes pagan el precio de todo lo que queremos, de todo lo que hacemos e incluso el precio de nuestro crecimiento y nuestro desarrollo.
Conforme vamos creciendo, nos vamos dando cuenta de ese precio y vamos aprendiendo a evitar pagar el precio de las cosas que consideramos que no valen la pena y aprendemos a postergar el hecho de tener que pagar el precio de aquello que no estamos preparados para pagar, hasta que llega el inevitable día en el que tenemos que “madurar” y empezamos a pagar el precio de todo lo que hay a nuestro alrededor.
Hay todo tipo de precios, es decir, precios económicos, que no son otra cosa que el valor monetario de todo lo que nos rodea, hay precios sentimentales, morales y espirituales y no dudo que haya un montón de otro tipo de precios que se van sumando a nuestra lista de modo que en menos de lo que nos percatamos, somos responsables de tomar la decisión de pagar o no pagar ciertos precios o no, y de dimensionar el alcance de estos precios.
Al igual que sucede con el dinero, hay precios que pagamos con recursos ajenos y prestados y nos generan una deuda, un interés y pueden llegar al momento que nos roben la libertad, pues en un momento quisimos algo que estaba más allá de lo que podíamos y debíamos adquirir, y tomamos a la ligera ese precio, hasta que sus consecuencias nos alcanzan y pretenden ahogarnos.
El pecado tiene un precio alto, la Biblia declara que la paga del pecado es muerte, es decir, cada vez que estamos dispuestos a hacer algo equivocado delante de los ojos de Dios, estamos dispuestos a invertir nuestra propia vida, ya sea por un momento de placer, por salir de un apuro, por lograr caerle bien a un cierto grupo de personas, que sé yo, y lo tomamos a la ligera, pues no tenemos la dimensión del precio, pero si lo pensamos, no solo debemos nuestra propia vida, sino debemos decenas, centenas e incluso miles de vidas, que solo pasando la eternidad en el infierno podríamos pagar.
La realidad es que nunca dimensionamos el precio del pecado, es como si entráramos a un súper mercado tomáramos todo lo que quisiéramos y pretendiéramos no ver las etiquetas y consumiéramos todo dentro del súper mercado y nos hacemos tontos todo lo que podemos para no tener que llegar a la caja para tener que pagar.
Y no es que no sepamos que tenemos que pagar, sino que hemos perdido la cuenta, y estamos atrapados dentro del súper mercado, donde no hay una cama para dormir, ni una almohada en la cual descansar nuestra cabeza, y luego nos preguntamos de donde viene el insomnio, siendo que estamos tratando de dormir en un carrito de súper mercado lleno de las envolturas y la basura que genera todo lo que consumimos!
El problema no termina ahí, tenemos miedo de llegar a la caja y enterarnos de lo que debemos, tenemos miedo de ir a la cárcel y lo peor es que tenemos pánico de llamar a nuestro Padre para que nos libere de la cárcel, siendo Él quien nos dijo que no teníamos porqué ir al súper mercado siendo que en casa hay un huerto en el que todo está fresco y a nuestro alcance, pero nos dejamos seducir por lo colorido de los empaques de los alimentos del súper mercado y los comerciales de la televisión.
Creo que no hay momento mas aterrador que enfrentar al Padre para que nos saque de las consecuencias de nuestro error y que nos tenga que decir “te lo dije” y nos castigue por ello, le ha pasado?, afortunadamente nunca he pisado la cárcel y espero nunca hacerlo, pero no puedo evitar que se me erice la piel sólo de pensar que cara daría a mi Padre ante una situación como esa.
Creo que nuestra mente divaga en pensar en el momento y en las consecuencias posteriores, en cual será el castigo y cuanto durará, y de todas aquellas cosas que habremos de prescindir a raíz de nuestro castigo, ya que algún día tendremos que pagar el precio de todo aquello que consumimos.
En nuestra fe no nos sucede distinto, todo el tiempo vivimos una vida como si Dios no nos viera, aunque todos decimos que “Dios todo lo ve”, normalmente estamos conscientes de lo que está bien y de lo que no y en el fondo de nuestra mente sabemos que hay una suma espiritual que se acumula, pero decidimos ignorarla, pensando que hasta ese momento no hemos tenido consecuencias, hasta que llega el famoso día.
Creo que no hay peor cosa que ir delante de Dios sabiendo que no hemos sido para nada correctos delante de Él, y de que en realidad le debemos un montón, de que no tenemos cara para ir y ahora pedir nos saque de un apuro más en el cual nos hemos metido nosotros mismos y no sabemos como salir, pero sabe, las cosas en el Reino de Dios suceden y funcionan distintas.
A Dios no le importa cuanto tiempo lleva usted dentro del súper mercado, y no le importa cuanto haya consumido y si lo que consumió es nutritivo o no, es mas, no le importa si ha usted engordado o no, a Él le importa que usted es su hijo y que para poder sacarlo de ese lugar, primeramente tiene que identificarlo como tal, es decir, Dios no va a sacar a un desconocido, sino lo tiene que identificar como hijo, para que nadie pueda reclamarle nada, Él va por lo que es suyo, su familia, sus hijos, quienes le pertenecen y para ello se tiene que notar.
Es por eso que citas como las de hoy me emocionan, las cosas en el Reino de los Cielos son tan distintas a como son en la tierra, en la tierra el Padre frunciría el ceño y llevaría a su hijo de la oreja asegurando al dueño del súper mercado que el muchacho recibirá su merecido, mientras que Dios paga nuestro precio sin importarle los detalles, va delante de nosotros y nos pregunta si estamos conscientes de lo que hicimos y luego nos dice que ya no nos preocupemos, que Él ha cubierto todo aquello que sucedió en nuestra estancia en el súper mercado (recuerde que es una metáfora) y que saldrá de la mano de su hijo y no de la de un delincuente, nos viste con ropas nuevas y limpias y nos hace lucir frente a quienes se han congregado ante el barullo, ese es Dios, quien nos reconcilia consigo mismo, para poder lucirnos, sus planes no cambian a causa de nuestro pecado y nuestra desobediencia, ya que nuestro potencial y nuestro propósito no se alteran por lo que hagamos o nuestro pasado, y a Él lo que le importa es eso, nuestro potencial y nuestro propósito, ya que inevitablemente seremos herederos, si hemos sido hechos sus hijos.
Este día le quiero llevar a reflexionar, acerca de cuantas cosas se ha perdido, ante no tener el valor y el coraje como para pedir verdadera ayuda a Dios y confesar quien es usted, para luego permitirse se limpiado y restaurado ahí en medio de su “súper mercado” para que Dios le saque de la mano y en calidad de hijo, no ha pensado que es tiempo de hacer “esa oración”?