Creo que todos en algún momento hemos dicho y escuchado la famosa frase de “todo aquello que siembres, cosecharás” y la hemos aplicado en casi todas las ocasiones para hablar de alguien más, aunque pocas veces acerca de nosotros mismos, y no es que esté mal, sino que es perfectamente normal para nosotros como hombres, mas no como hijos de Dios.
Una de las cosas que he notado cada vez más en mi vida es que Dios anhela que llevemos una Vida de Reino, es decir, que tengamos una vida llena de los efectos del Reino de los Cielos, donde los milagros no son algo esporádico y lejano, sino algo poderoso pero cotidiano, donde el dolor es inevitable, pero el sufrimiento una opción que descartemos constantemente, una vida en la cual tenemos cada día mas pruebas y mas grandes cada vez, pero a su vez victorias mas frecuentes y mas grandes, y por último una vida en la que pasemos una sola vez por cada circunstancia y nada mas, que cada vez que pasemos y superemos algo, sea con un efecto eterno y permanente en nosotros, que nos prepare para la siguiente prueba y la siguiente victoria, para que por medio de ella podamos impactar a las personas que nos rodean.
Lo interesante es que todos anhelamos esa Vida de Reino que le acabo de describir y le aseguro que usted como yo, hemos orado innumerables veces pidiendo a Dios ponga en nosotros el llevar una vida así, incluso pareciera que le pidiéramos doblegar nuestra voluntad con tal de lograr hacerlo, ya que notamos que por nuestras propias fuerzas no lo lograremos y no sabemos como haríamos.
El problema, es que la gran mayoría de las veces, si no es que en todas las ocasiones, vemos el cambio y la bendición en nuestras vidas como el fin y no el medio, es decir, nos gustaría llegar a ser “buenos” y bendecidos, pero lo vemos como una meta a alcanzar y no como parte de un proceso.
Yo lo entiendo de esta manera, lo que siembre hoy y coseche mañana, es la semilla de lo que habré de sembrar pasado mañana, es decir, no puedo brincar los procesos, me es necesario pasar por cada uno de ellos para poder ir escalando e incrementando, por tanto aquellas oraciones que hacemos con cierta desesperación y que dicen “cámbiame” probablemente serán escuchadas, pero no serán atendidas, hasta que primeramente preparemos la tierra y la aflojemos (nuestro corazón) y segundo, que entendamos que nunca terminaremos de ser cambiados, por tanto la palabra correcta a usar es transformados, es decir, entraremos en un proceso constante, que nunca termina, pero que si nos atrevemos a entender de acuerdo al plan de Dios, jamás nos aburrirá, por el contrario, nos fascinará al grado de que dependamos de la transformación constante en nuestra vida, como señal de la mano de Dios en nuestra vida.
En nuestra vida podemos sembrar de todo, pero lo mejor que podemos sembrar y desafortunadamente muy pocos hacen es sembrar obediencia, y con esto no me refiero a lo que un Padre, Cura, Pastor o cualquier autoridad espiritual le digan, sino obediencia a la palabra de Dios, ya que esta promete la mejor cosecha, pero si no la sembramos, e ignorantemente sembramos desobediencia (aun cuando sea por desconocimiento), cosecharemos un sinnúmero de adversidades para nuestra vida, esto que le digo es tan importante que Dios tomó todo un capitulo del libro de Deuteronomio para describirlo y es la medida que deberíamos de consultar constantemente para medir el agrado de Dios hacia nuestra obediencia.
Me llama mucho la atención el tiempo en el que Dios habla a su pueblo acerca de las consecuencias de la obediencia y la desobediencia a su palabra, ya que Dios envía esta palabra justo antes de que el pueblo entre a conquistar la famosa “tierra prometida”, y lo entiendo de esta manera, antes de eso, Dios caminaba delante de ellos en forma de columna de humo y columna de fuego, pero a partir de el día que cruzaran el jordán, ya no lo haría, no porque no los quisiera, sino porque les estaba dando trato de hombres y no de niños, a partir de ese momento serían capaces de ser bendecidos de acuerdo a sus acciones y estas tendrían consecuencias de acuerdo a su obediencia o a su desobediencia, y así es hasta el día de hoy.
Por tanto le quiero invitar a algo muy especial el día de hoy, le voy a invitar a que se tome un tiempo para leer el Capítulo 28 del Libro de Deuteronomio, e identifique en el, las situaciones de su vida, sólo ahí en la intimidad entre usted y su consciencia, podrá identificar que es lo que ha sembrado y el porqué de su cosecha, ya sea buena o no tan buena, y tendrá la respuesta correcta e inmediata para poner remedio a su situación (en caso de no ser una buena cosecha) y planear su siguiente siembra, de manera que sea la última cosecha inconsciente de su vida y pueda vivir una verdadera Vida de Reino llena de beneficios y bendiciones, tal como suceden en el Reino de los Cielos, de donde usted y yo venimos.
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