Hace unos días conocí a un chico con unas ganas enormes de conocer a Dios y entender de las cosas de El, de hecho, insistía en comentarme una y otra vez que ya había tenido una «experiencia» y de cierta manera intentaba hacerme entender que su expectativa acerca de Dios era muy alta, pues ya había tenido un encuentro con Dios.
Curiosamente como Hugo he conocido muchas personas últimamente, con una idea de lo que Dios es, y de lo que puede hacer en las vidas de las personas, pero con un cierto bloqueo, ya que a diferencia de las personas que conocen a Dios por primera vez, estas personas están de cierta manera ya «predispuestas» a lo que pueda suceder y están esperando que Dios haga algo sobrenatural que les permita una sola cosa, esa cosa es tan fuerte que no les permite siquiera hablarlo en palabras y es de las cosas mas fáciles que podemos hacer, es el perdonarnos a nosotros mismos.
La cita de hoy nos enseña que Jesús quien fue libre y limpio de todo pecado, vino a esta tierra a ensuciarse con nuestro pecado de manera que pudiéramos ser objeto de la justicia de Dios y con esto la cita se refiere a que aquellos que son limpios, reciban la recompensa de esa limpieza, aunque la limpieza venga de otro, en este caso Jesús.
Estoy seguro que usted en este momento esta frunciendo el ceño, pensando en que no entiende, pero me voy a permitir el explicarle de lo que hablo, ya que es mas sencillo de lo que parece.
Tanto usted como yo hemos sido pecadores, hemos pecado en nuestra carne, hemos pecado en nuestros pensamientos y hubo algún momento que pretendimos acercarnos a Dios, pero se nos hacia dificilísimo por el hecho de que no nos sentíamos dignos a causa del pecado que nos acusaba y pareciera que lo teníamos pegado por encima nuestro todo el tiempo y que cualquiera lo podría percibir y despreciarnos, pues si, en efecto así es cuando no nos percatamos de la dimensión del pecado, y vivimos con el para el resto de nuestras vidas, permítame ponerlo mas claro:
La mayoría de las veces, no es el pecado el que nos hace sentir mal, de hecho creo que es de lo que menos mal nos sentimos generalmente ya que no es muy frecuente el que dimensionemos ese pecado y sus reales consecuencias, pero lo que si dimensionamos la culpa, ya que dentro de nosotros hay algo (la ley de Dios escrita en nuestro corazón) que pareciera acusarnos todo el tiempo y tenemos una ligera idea de lo que es correcto e incorrecto, dependiendo de cómo fuimos educados, y de cómo hemos crecido y sospechamos, porque no estamos seguros en realidad que lo que hicimos no esta bien, pero por el otro lado no nos consta y vivimos con una nube de condena y falta de perdón, pero no de lo que nosotros pensamos, sino de lo que otros pensarían al percatarse de nuestro pecado.
El día que aprendamos a ver el pecado en nuestra vida, y como se ve en nosotros, es entonces que podremos venir delante del Padre y arrepentirnos con El, por única ocasión, ya que si nos perdona, El olvida ese pecado y lo envía al fondo del mar, dice la palabra.
El chico del que le cuento, tuvo que tener varios encuentros con Jesús y ninguno le daba aquello que esperaba, sino hasta que fue enfrentado con el pecado que le perseguía en su conciencia, entendió el valor de la cruz en su vida; pocas veces he visto a alguien llorar con tanta tristeza, vergüenza y gozo a la vez, pero me dio un gusto enorme el ver que su vida había sido transformada por el hecho de haber aceptado ese perdón de Jesús al verse (en sentido figurado) a si mismo clavando las manos y los pies de Jesús en la cruz con cada acto desagradable a los ojos del Padre.
Que me dice usted? Va a seguir desperdiciando el gran significado del sacrificio de la cruz o esta dispuesto a verse cara a cara con el pecado para que lo dimensione y pueda arrepentirse genuinamente de el y que le sea perdonado para siempre?