Todos hemos pasado por ese proceso donde el orar nos causa flojera y pereza, todos pasamos por el tedio de tener que hacer “algo” para conseguir un beneficio de parte de Dios y sobre todo el pasar por las imposiciones de la iglesia, y lo más interesante es que a pesar de que no queremos, tenemos la idea de que nos es necesario para poder obtener el beneficio de Dios en algún momento de nuestras vidas.
El problema radica en que normalmente buscamos a Dios cuando tenemos necesidad y en las iglesias no hemos aprendido a diferenciar el cómo orientar a las personas hacia la presencia de Dios y no solo a sus beneficios, de manera que con tal de “reclutar” fieles, hacemos promesas, creamos expectativas e imponemos yugos a las personas con tal de que obtengan un beneficio de parte de Dios y se queden en la que ciertamente será una mejor vida, pero no de inmediato y no hasta que la verdadera intención sea encontrarnos con Dios.
Sabe, a mi también me pasó, me prometieron algo que nunca sucedió y durante mucho tiempo fui a la iglesia a buscar algo que nunca encontré, pues mi interés siempre fue el beneficio de Dios, pero no la presencia de Dios y sabe por qué?, porque nunca nadie me explicó la presencia de Dios, su objetivo y tampoco la delicia qué hay en ella.
Hay una palabra clave que amo y que describe la presencia de Dios y que es parte de nuestro papel como cristianos, esa palabra es “cobertura”, que engloba cuidado, protencción, confort, disciplina, guianza, autoridad entre muchas otras, el entrar en la presencia de Dios significa entrar bajo esa cobertura, donde no solo todo está bien, sino de donde salimos con visión, instrucción y herramientas para enfrentar la vida cotidiana y vivir de acuerdo a las promesas de Dios, la presencia de Dios es tan basta, que se hace adictiva y deja de lado todas esas pequeñas cosas que luego en realidad nos estorban y solo nos quitan la paz.
Es por eso que me emociona cuando leo al Salmista en la cita de hoy, cuando entiende que la presencia de Dios es tan refrescante que incluso llega a expresar su desesperación por encontrarse con Dios, pero piénselo, eso nadie nos lo enseñó, son pocas las ocasiones que nos encontramos con alguien que en vez de estarnos queriendo decir qué hacer, nos diga “te dejo, me urge ir a encontrarme con mi amado”.
Lo recuerdo bien, cuando tenía 11 años de edad, me encontré con alguien que oraba con tal delicia, con alguien que se encontraba en tal intimidad con Dios que me hizo querer decidir entregarle mi vida a Dios y decirle que era justo eso lo que anhelaba y que ese tipo de intimidad era la que quería, no me conformaría con menos y ese día de Abril de 1989 mi vida cambió por completo y desde entonces he tenido de esos encuentros íntimos no comparables a nada de este mundo con el Dios de los Cielos.
Pero también he pasado por lo que los demás pasan, pero eso ha sido a causa de lo que siempre pasa, he querido apoyarme en otros, he querido brincarme los pasos ó evitar los procesos de Dios, he querido hacer las cosas a mi modo y no al de Dios y no me percaté en todas esas ocasiones, que Dios anhelaba que yo me encontrara así como lo describe la cita de hoy.
Si usted nunca ha tenido este desespero por la presencia de Dios, no es algo malo, pero si es algo que debería de incluir como parte principal de su oración, si es algo que debería de insistir con Dios, el poder encontrarse con él, hasta que salga tan saciado (a) y que lo único que anhele es regresar, pues será entonces que su vida de fe cambiará y dejará de mortificarse por las cosas pequeñas que no le dan paz sino solo una pasajera tranquilidad y entrará en el gozo de Dios que es algo que por más que me esfuerce, nunca podré expresar en palabras por este medio.
Le animo a tomar esta cita y a perseverar en ella, verá como ese Dios fiel que está vivo, pero que solo aprendemos a conocer por medio de su palabra, vendrá a su encuentro con usted, transformando todo su interior.