A veces nos es necesario el preguntarnos para qué es que oramos, ya que normalmente pasamos nuestro tiempo al que llamamos de intimidad con Dios pidiendo acerca de las cosas que nos acontecen en el día a día y sin darnos cuenta estamos más conscientes de lo que nos acontece que de la identidad de Dios y de las verdades que la Biblia declara acerca de quien es Él y las promesas que tiene para nosotros, las cuales son y prevalecen a pesar de las circunstancias y nuestras situaciones.
Debemos de incluir en nuestros tiempos de oración un tiempo para meditar acerca de la Palabra de Dios y de cada una de las promesas en ella descritas, de manera que no pasemos el tiempo enfocados en lo que no tenemos y pidiendo cosas que no sabemos si sucederán u obtendremos, sino declarando las cosas que la Biblia nos promete y sobre todo, dimensionando las cosas de acuerdo al punto de vista de Dios y no del propio.
Esto se lo digo, porque eso es lo que la Biblia nos enseña, por ejemplo, Abraham todo lo que quería era ser Padre y tener un hijo, pero Dios le hizo un Patriarca y le dio un Pueblo, así nos puede pasar a nosotros, de hecho hay un ejemplo que uso muy a menudo cuando aconsejo a la personas que oran acerca de dinero, muchos oran por pagar sus deudas, pero la Biblia en Deuteronomio 28 nos promete que habremos de ser de los que presten y no de los que pidan prestado, si lo nota, Dios no quiere sacarnos de apuros, sino cambiar la manera en la que manejemos nuestro dinero y la manera en como veamos las cosas.
El detalle está en que solemos ir a lo que entendemos como la presencia de Dios y glorificar nuestra necesidad, es decir, hacemos de lo que nos pasa algo tan grande que pareciera que ni Dios mismo pudiera remediarlo, y contaminamos aquello que entendemos como la presencia de Dios con escasez, pobreza, maldición y ruina, siendo que la presencia de Dios debería de estar llena de alabanza, y buenas nuevas.
Es por eso que hablo a las personas acerca de tener cuidado acerca de lo que se ora y cómo se ora, ya que apretar los ojos y empezar a hablar a Dios no es oración, recuerde que Él es el Rey de Reyes y aunque se encuentra en todo lugar, nos demanda un trato especial, para así también derramar su especial favor sobre nosotros.
Cuando pienso en orar acerca de cualquier necesidad delante de Dios, me viene siempre a la mente la historia de los panes y los peces, pues los discípulos estaban a punto de hacerlo todo al revés cuando Yeshúa (Jesús) les recordó el modo correcto.
Los discípulos estaban preocupados porque no estaban preparados para alimentar a una multitud, de modo que tomaron la salida fácil, regresarlos a su casa para que allá comieran y descansaran, pero cuando dijeron esto a Yeshúa (Jesús), éste les dijo “denles ustedes de comer”, es decir, si ustedes vieron la necesidad, está en ustedes el resolverla y luego les preguntó “qué es lo que tienen?”
Si esto hubiera pasado hoy en día, muy probablemente nuestra oración se trataría de hablar a Dios acerca de la necesidad de todas estas personas y que no habría con qué alimentarlas y luego destacaríamos el hecho de que solo tenemos 5 panes y 2 peces, y así seguiría el asunto, pero Dios siempre tiene otra óptica, Él no ve la escasez, pues no la conoce, Él ve la manifestación de su gloria, pues eso es lo que propició para nosotros al momento de enviar a su Hijo a habitar entre nosotros y éste solo les dijo lo que es normal en su Reino el dar.
Si lo ve, lo que vemos nosotros y lo que ve Dios es completamente opuesto, nosotros vemos escasez y necesidad y Él ve la oportunidad de dar, no dar de lo que tenemos, sino dar de lo que su Reino proporciona, en el momento que alineamos nuestro corazón al de Dios, éste se manifiesta y no solo nos ayuda a suplir una necesidad, sino nos lleva al nivel de que sobre y abunde.
La historia de los peces y los panes termina en que los discípulos terminan recogiendo los que “sobró”, que no fueron más que 12 canastas llenas, lo cual habla de la abundancia de Dios donde le permitimos actuar.
Por tanto es mi intención el día de hoy, no de invitarle, sino de exhortarle a que cambie la manera de orar, piense como Dios piensa, prepárese siempre para recoger más de lo que da, así como hicieron los discípulos, aprenda a escuchar como Abraham lo hizo y a siempre adoptar el plan de Dios por encima del suyo para que la gloria de Dios sea manifiesta en usted y pueda brillar con la luz del Dios admirable reflejada en usted.