Por alguna extraña razón todo el tiempo tenemos esa extraña necesidad de validarnos, es decir, alguien tiene que ver y saber que somos buenos y que no hay nada malo en nosotros de modo que automáticamente si no somos malos, esto prácticamente quiere decir que somos “buenos» aunque en el fondo sabemos que no es así.
A veces pretendemos que las cosas que pasan en nuestra mente o que suceden cuando nadie nos ve, no son realmente malas, porque nadie las sabe o porque nadie se entera de quienes somos en realidad, como si lo pudiéramos ocultar, siendo que no es de esa manera, a menos que pretendamos ignorar al Dios de la Biblia, que está en todo lugar y que todo lo sabe, aún lo que pareciera que guardamos en nuestra mente y en nuestro corazón.
Y esto no significa que Dios esté a un lado nuestro como policía o como gendarme asegurando que no digamos, hagamos o pensemos nada malo para castigarnos por ello, de hecho en la Biblia descubrimos que Dios no castiga, no es su estilo y no tiene que ver con su naturaleza y sería ilógico que enviara a su hijo a morir por el pecado del mundo para luego tener que castigarnos, no lo cree?
Lo que Dios si hace es compartirnos de su Reino, cuando entendemos que su Reino es más importante y más trascendente que nuestros asuntos cotidianos y nuestras necesidades, pero tenemos no la obligación de adoptarlo, sino la necesidad de abrazarlo y entender precisamente eso, de que no es que Dios nos dé cosas, sino que nos comparte su Reino y que éste está lleno de beneficios que no vamos a recibir, sino que tenemos que desatar y no para nosotros sino para quienes nos rodean y por consecuencia automática viviremos al nivel que Dios planeó que es mucho mejor que lo que pudiéramos haber planeado y pensado y que hace que Dios se refleje en nosotros y el mundo sea beneficiado por nuestro estilo de vida, genial, no?
David el rey entendía esto y es por ello que escribió salmos tan bellos y tan sabios como el de hoy en el que manifiesta algo tan sencillo y tan simple como querer agradar a Dios con lo que sale de nuestras bocas y lo que piensa dentro de sí!, pero dimensionémoslo.
Eso quiere decir no solo que tenemos que decir y pensar cosas “buenas”, ya que cada quien tiene su propio parámetro de lo que es “bueno”, pero solo hay una medida de las cosas que son agradables a Dios, y eso es lo que David anhelaba.
En otras palabras, quiero entender este salmo como “Dios que lo que digo y aún lo que pienso, no se quede atorado y estancado en el nivel del “yo”, sino que trascienda en donde pueda yo entender que soy parte de un Reino, donde las cosas funcionan de una manera perfecta y entienda yo que puedo perfeccionar mis palabras y mis pensamientos de acuerdo a ese Reino”, interesante, no?
Porque puede suceder que nos confundamos y en un falso arranque de humildad mal entendida, empecemos a hacer obras de misericordia de una manera impulsiva con la intención de agradar a Dios o bien el acallar nuestra alma y no el ser parte de un Reino, donde las cosas ya funcionan y funcionan de manera perfecta.
Es decir, no se trata de hacer cosas buenas, se trata de descubrir el Reino de Dios, saborearlo y hacernos parte de esa inercia perfecta en la que no nos tenemos que esforzar por ser buenos, sino que la bondad es una consecuencia de nuestra intimidad con Dios y es un beneficio automático también para quienes nos rodean.
Hay quienes piensan que para acercarse a Dios hay que esforzarse mucho, en realidad no es así, ya que cuando Dios habla de esforzarse, no es por “hacer» algo, sino entender el Reino, cuando entendemos y percibimos el Reino de Dios alrededor de nosotros, nuestro interior es transformado y aún lo que pensamos y lo que decimos cambia, así como David lo entendió al escribir la cita de hoy, y fue recordado como el hombre con el corazón conforme al de Dios, nada que usted y yo no podamos hacer, o bien, entender.