Existen muchas personas que le sacan la vuelta a tener una relación con Dios porque han tenido una mala experiencia con la “religión”, con alguna iglesia ó personas que se dicen cercanas a Dios, pero sabe, en realidad no tiene que ver ni con la religión, ni con la iglesia ni con las personas, en realidad quien llega a tener una mala experiencia (obvio no puedo ir caso por caso, por lo que tengo que generalizar), es por el simple hecho de que ha pretendido tener una relación emocional con aquel que entiende por Dios y ha puesto sus expectativas en lo que ha decidido entender como el reflejo de Dios y sin tener conocimiento de quien es ese Dios en el que dice creer.

Espero que la introducción de esta reflexión no haya estado muy confusa, la intención de todo esto es advertir a quienes alguna vez se hayan sentido ofendidos, presionados ó bien descepcionados por alguien ó algún tema relacionado con Dios y dejar claro que Dios no es tan bobo ni tan débil como para permitir que terceros intervengan ó pongan en riesgo su relación con nosotros, pero somos nosotros quienes debemos de tener claro cómo es que Dios pretende relacionarse con nosotros.

Es por eso que Dios ha decidido que sea su Espíritu quien se comunique con el nuestro y para que esto pueda suceder, nos ha dejado su palabra para que entendamos la necesidad de recuperar nuestro espíritu el cual perdieron Adán y Eva en el Edén, y que recuperamos por medio del nacer de nuevo ó en otras palabras, confesar a Yeshúa (Jesús) como nuestro Señor y Salvador.

Dios aunque pretende habitar en nuestro corazón, no pretende hablar a este y la razón es muy sencilla, nuestro corazón es el centro de nuestra alma y de acuerdo a lo que entendemos de la Biblia, nuestra alma contiene nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, los cuales son afectados todo el tiempo por nuestra realidad, es decir aquello que nos rodea, lo que vemos y todo aquello que sentimos, de modo que puede ser constantemente confundido de acuerdo a como van cambiando las cosas en nuestro entorno.

Dios pretende ir sembrando pequeños (en apariencia) principios ó fundamentos en nuestro corazón por medio de nuestro espíritu (que es aquel que se encarga de escuchar a Dios), de modo de ir estableciendo una fe que no se mueva, pero que a su vez es como un músculo que necesita ejercitarse y que mantiene firme aquello que creemos y que es el fundamento de cómo vivimos, por tanto no es sujeto ni a las emociones, tampoco a los cambios de nuestro entorno y tiene su mirada puesta (cada vez más de manera evolutiva) en la eternidad, la cual es un concepto también cada vez más claro cuando dejamos las emociones fuera.

Por tanto podemos entender que el tener una relación emocional con Dios ó bien el pretender tenerla, no es más que un estorbo, pues aunque es súmamente agradable estar en constante comunión con Dios, no es algo emocional, sino es algo relacionado a nuestra esencia y a la paz que viene de sabernos cada vez más alineados a la manera que fuimos creados desde un principio.

La cita de hoy nos habla de lo engañoso que es el corazón y al riesgo que corremos al dejarnos guiar por el, nos previene de dejarnos dominar por aquello que a nuestra simple vista es más que evidente y nos anima a creer más en lo que sabemos de Dios que en lo que nos rodea, nos dicen ó que es parte de nuestro entorno.

Ahora bien, como alguna vez lo dije, las emociones son excelentes compañeras, pero son el peor de los líderes que podemos tener, no hay manera de evitarlas y Dios tampoco pretende que lo hagamos, pero si nos habla constantemente a lo largo y ancho de la Biblia del hecho de que debemos de dominarlas, controlarlas y además el administrarlas para que incluso con lo que sintamos, podamos un día darle gloria a Dios.

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