Muchas personas creen que el tener fe les llena de beneficios y que de “alguna” manera Dios hará cosas buenas por ellas, solo por “tener fe”.

Otras tantas personas tienen un concepto diferente, creen que tienen que hacer cosas buenas para merecer cosas buenas, como si Dios ganara algo porque ellas se “portan bien” y las tuviera que recompensar por ello y sin embargo pocas veces logran hacerle “manita de puerco” como decimos en México con ese buen comportamiento que es esporádico e itinerante y sin embargo nunca pareciera suficiente.

La verdad es que ni lo primero ni lo segundo es cierto y ambas cosas difieren mucho de lo que Dios quiere y espera de nosotros y no me refiero al hecho de que Dios quiera bendecirnos ó quiera cosas buenas para nosotros, sino que no es la manera de obtenerlas en la que fallamos y hacemos mala reputación a nuestra fe.

La fe significa creer, no significa entender, no significa interpretar, no significa otra cosa, solo significa creer, pero debemos de poner atención en qué es lo que nos atrevemos a creer, para que podamos desatar el efecto de esa fe, si no, qué sentido tendría la cita que reza “para el que cree, todo le es posible”? (Marcos 9:23).

Es por eso que nuestra fe tiene que ver con el “qué”, sin embargo debemos de perseverar en detalles que parecieran pequeños pero que son sumamente importantes para que este “qué” tenga efecto.

En el caso de la cita de hoy, es algo que queda muy claro, pues el Centurión está esperando que Yeshúa (Jesús) exprese su autoridad, ya que ha escuchado que aún los demonios se le sujetan (a Yeshúa), que tiene potestad (autoridad) sobre los vientos y que hace milagros, es decir que tanto lo natural como lo sobrenatural se rigen bajo la autoridad de éste, por tanto antes de permitir que Yeshúa (Jesús) vaya a su casa, se asegura de hacerle entender que este no es un asunto de simpatía, es decir, no es alguien que decidió creer porque se encuentra en necesidad y quisiera ver si el buena onda del Hijo de Dios le puede hacer un milagro, todo lo contrario, el Centurión iba con la firme convicción de que la enfermedad que acosaba a su siervo se sujetaría al mandato y la autoridad de Yeshúa (Jesús), por tanto le era importante hacerle saber que él (el Centurión) estaba en la misma sintonía que quien iba a ejecutar el milagro, por tanto empieza con un “soy un hombre bajo autoridad” (parafraseado), es decir, contaba con el ambiente necesario para que el milagro sucediera.

Justo ese es el problema de las personas que dicen creer, pero no están del todo seguras de lo que creen, pues solo creen en el efecto de Dios, pero no tienen consciencia de que debe de haber un ambiente propicio para que el milagro que esperamos suceda, pues Dios no cohabita con ningún tipo de inmundicia, ni el dolor, ni la traición, ni la pobreza, ni ninguna de esas cosas que solemos llevar el tiempo que llamamos de oración e intimidad, y es por eso que a veces Dios por más intención que tenga, no tiene oportunidad de ayudarnos, pues no hemos propiciado el ambiente necesario para que sea así.

Y precisamente ese es el momento en el que necesitamos de la fe que decimos tener, pues el propiciar el ambiente tiene que ver con lo que creemos y no con lo que sentimos ó con lo que vemos, es como cuando una pareja se prepara para recibir a su bebé, no lo ven, sin embargo empiezan a propiciar un ambiente, empiezan a quitar los objetos que se puedan quebrar ó a cambiar los muebles con orillas filosas, qué sé yo, de la misma manera debemos prepararnos para la venida de la bendición, pues Dios no convive ni con el pecado, ni con la inmundicia y mucho menos con la escasez ó la desobediencia, así como el Centurión sabía que el ser sujeto de autoridad le llenaba de autoridad, también usted sabrá que la mejor llave para desatar la bendición es la obediencia, pero la obediencia a la palabra de Dios y no a nuestra propia conciencia, de modo que está en usted y en mi el saber qué es lo que haremos para propiciar esa bendición que ciertamente viene en camino, solo tiene que tener un lugar propicio donde habitar.

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